lunes, 7 de junio de 2010

José de Anchieta, Canarias y los jesuitas

Entre los enlaces de mi blog cuento con una web a las que dedico varios minutos de lectura a la semana, http://www.redanchieta.org/ recomendadísima.



La web nació hace años como el proyecto ilusionante de un buen amigo, y casi desde sus inicios, un servidor intenta colaborar, con algunas líneas, cierto es, que no tantas como mi amigo y yo querriamos. Hoy me he tomado la libertad de pedirle "prestado" un artículo con cuya lectura he disfrutado mucho. Canarios que firmaron y firman sj, y la historia de la Compañía de Jesús en el Archipiélago. Es solo pincelada de la historia de pequeños gigantes de este mundo que hacen de su vida entrega y, con su particular acento, viven en el mundo compartiendo una espiritualidad -ignaciana- y un amor por el Evangelio que desde hace 500 años y, especialmente hoy encomendados por su Santidad Benedicto XVI, les anima a vivir en las fronteras. En las fronteras geográficas, intelectuales, espirituales, teológicas y religiosas.

Muchas gracias por tus líneas Lucas.
.............................................................................................................................................

Cada nueve de junio celebramos la memoria de José de Anchieta, un canario que marchó al Brasil trashacerse jesuita. A lo largo de la historia otros muchos jesuitas, también nacidos en las islas, salieron de su tierra para hacer la misión de la orden ignaciana. Lo hicieron a lo largo de los cinco siglos de historia que tiene la Compañía de Jesús y lo hacen en la actualidad. Está en la raíz misma de la experiencia cristiana, que reconoce como patria propia toda patria y como pueblo propio todo pueblo. Y es también, nota esencial de la identidad del jesuita, del que Ignacio de Loyola afirma que está para “…discurrir por el mundo”.

Vivimos en Canarias. Aquí, la historia de la Compañía no es pequeña. Desde el primer paso de algunos jesuitas por la isla de La Gomera, hay hitos que se quedan marcados en nuestra herencia: la fundación en La Orotava de la primera comunidad y primer colegio, el martirio de Ignacio de Acevedo y sus muchos compañeros mientras marchaban hacia Brasil; y ya, en nuestra historia contemporánea, la llegada a Las Palmas de Gran Canaria y la posterior a Santa Cruz de Tenerife.

En la actualidad, somos nueve jesuitas los que vivimos en las islas y unos veinticinco los jesuitas canarios que viven por el mundo. Son tiempos especiales para la Orden, marcados por procesos sociológicos diferentes a los de otros momentos. Aquí, como en otras partes, la Compañía de Jesús es meramente un grupo de hombres que colabora con la misión de la Iglesia (discernir y presentar, con la ayuda del Espíritu, la acción del Dios Padre de Jesucristo en este mundo nuestro). La Compañía lo hace desde su carisma específico: su forma concreta de vida y misión inspirada en la espiritualidad ignaciana y que se concreta en sus documentos fundacionales y en la adecuación que a lo largo de la historia hacen los jesuitas en sus congregaciones generales a disposición de Pedro (el Papa).

La Compañía de Jesús colabora con la misión de la Iglesia, porque es Iglesia. La disponibilidad ante el Papa es la cúspide de esa colaboración que se extiende por todos los carismas del Pueblo de Dios. La Compañía colabora con la Iglesia a través de múltiples instrumentos: en la educación de jóvenes y de personas adultas, en la formación y la investigación teológica, en la comunicación espiritual y el servicio de las parroquias, en los medios de comunicación y en la formación sociopolítica. Y mucho más. En todas estas cosas, es obvio que la Compañía colabora de formas diferentes: a veces, dirige; otras veces, apoya; algunas veces comparte la responsabilidad con otras instituciones; en otras ocasiones, lidera instituciones que le son encargadas por otras organizaciones o personas. La colaboración se hace con el fin de concretar de modo realista el servicio de la fe, la promoción de la justicia, el diálogo interreligioso y la presencia dinamizadora en la cultura.

En Canarias, la Compañía de Jesús concreta esta misión de múltiples maneras. Desde hace muchísimos años, la Compañía dirige el Colegio San Ignacio de Loyola que colabora en la formación humana de muchos chicos y chicas de Las Palmas de Gran Canaria. Se encarga de la dirección de Radio ECCA de acuerdo con los estatutos de su Fundación Titular. En Tenerife, en la Casa Manresa, la Compañía comparte la misión de difundir la espiritualidad ignaciana con la Comunidad de Vida Cristiana, tal y como está regulado en el acuerdo firmado entre ambas entidades. En Las Palmas de Gran Canaria, la Compañía comparte la misión de animar la vida sacramental de la Iglesia gracias a que la Diócesis le cede en usufructo la Iglesia de San Francisco de Borja, de la que fue propietaria la propia Compañía hasta mitad del siglo XVIII. En La Palma, en Tenerife y en Gran Canaria, tres delegaciones de la Fundación Entreculturas, animadas y trabajadas por personas voluntarias, son instrumento con el que la Compañía colabora para promocionar la solidaridad con los pueblos y sociedades sometidos a situaciones de pobreza e injusticia. Son sólo algunos ejemplos de cómo la Compañía de Jesús colabora en nuestra tierra con muchas otras personas e instituciones para poder hacer su misión (la Casa de Espiritualidad de Los Lagares, la presencia en la pastoral penitenciaria, el Centro Fe y Cultura Loyola, el apoyo a Intermon, la colaboración con la pastoral de algunas parroquias o de otros centros educativos…).

¿Hacen falta jesuitas para hacer todas estas cosas? Probablemente, muchas se pueden hacer sin la presencia física de un jesuita concreto en los diferentes niveles de actuación. Del mismo modo, quizás estas actividades podrían vivir sin su dependencia orgánica de la Compañía de Jesús (sea cual sea esa dependencia). Por supuesto, la Iglesia continuaría adelante sin que los jesuitas dieran sus ejercicios o lideraran sus colegios y universidades. Todo eso es posible, pero el carisma de la Compañía de Jesús no es meramente hacer cosas.

Los jesuitas que viven hoy en las islas o aquellos otros nacidos en las islas que viven en diferentes lugares de nuestro mundo, como el lagunero José de Anchieta o el palmero Arce Rojas, son un modo de vida, son Iglesia con un carisma propio. El carisma no es meramente hacer esto o aquello, ni siquiera es tener una misión tal y como se define en sus documentos concretos en un momento de la historia (actualmente, la Compañía define su misión como “servicio de la fe y promoción de la justicia que la misma fe exige, en las culturas y en diálogo con otras tradiciones religiosas”, y esta definición no es la misma que utilizó la Compañía para señalar su misión a mitad del siglo XIX o a inicios del siglo XVII). El carisma de la Compañía se concreta en un modo de vida religioso, con los tres votos de todas las órdenes y el voto peculiar de disponibilidad ante Pedro, tal y como fue aprobado por la Iglesia Católica cuando recibió en su seno aquel modo de organizarse que proponía Ignacio de Loyola.

La Compañía de Jesús no dejaría de serlo si se retirara de Radio ECCA o del Colegio San Ignacio de Loyola. No dejaría de ser Compañía de Jesús si llegara a acuerdos diferentes para hacer cosas diferentes a las que hoy hace, como no deja de ser Compañía de Jesús por vivir en una casa de la C/. Antonio de Viana en vez de vivir en la casa parroquial de la Concepción de Santa Cruz de Tenerife (como hizo hasta mitad de los noventa) o en una casa alquilada del barrio de la Isleta (hasta el 2006). La Compañía de Jesús no es más “jesuita” cuando un religioso de la misma dirige un colegio o si todos los profesores de religión son jesuitas. Si la Compañía de Jesús decide en un contexto llevar sus obras mediante personas laicas o enviar a jesuitas a trabajar en obras que dependen de otros organismos eclesiales o sociales no es por ello más o menos Compañía de Jesús.

¿Por qué entonces seguir los pasos de Anchieta, de Arce Rojas, de Ignacio de Acevedo? ¿Por qué y para qué las vidas Oscar Martín, de Fernando López, Marcos Díaz Bertrana, David Fagundo…? ¿Por qué y para qué sus votos y su modo de vida?

De dos tipos son los motivos que encontramos para ser jesuita. Ambos motivos tienen que darse. El primero es social, institucional, el segundo tiene índole personal. Merece la pena seguir a Jesús en la Compañía que quiere llevar su nombre, porque la Iglesia de Jesús aprueba ese modo de vivir concreto, inspirado en los Ejercicios Espirituales y definido en las normas y constituciones de la Orden ignaciana. En ese sentido, merece la pena ser jesuita porque merece la pena ser Iglesia Católica y reconocer como misión propia, como propia organización y como modo de vida propio aquella misión, aquella organización y aquel modo de vida que la propia Iglesia reconoce como parte de ella misma en la Compañía de Jesús. Todo esto hace referencia a los votos religiosos, a la vida en comunidad, al modo en que se eligen y deciden las tareas apostólicas, a la disponibilidad propia del jesuita ante las solicitudes de la universalidad de la Iglesia modulada por el carisma de comunión que detenta el Papa. Para ser jesuita hay que tener capacidad para vivir de este modo.

Pero, supuesta esta propuesta eclesial e institucional, este modo de vida se vive como una opción vital, decisiva, para la persona que asume este camino. La psicología, la historia familiar, algunas personas de especial sifnificación en la propia experiencia vital, un libro que se leyó, una conversación… Muchas cosas explican por qué alguien da el paso de pedir a la Compañía ser admitido en ella. Todas ellas sirven para decir que, finalmente, la persona que vive como jesuita es alguien al que le gusta ser jesuita, alguien que goza con el modo de vida de la Compañía. Todo eso, por más que pueda explicarse desde las ciencias humanas o desde las experiencias vitales, está siempre rodeado de ese misterio que afecta a todo lo realmente humano, es decir, a todo lo realmente divino. Ese misterio remite directamente a la persona de Jesús, el Cristo, y se vive no tanto como una opción entre varias, cuanto como una vocación, como una llamada a la que responder. Y no se responde de forma afirmativa si, finalmente, la persona no reconociera ahí un modo de vida que le desafía, que le seduce, que le gusta. Anchieta, Emilio, Juan Luis, Fernando, Oscar… son jesuitas porque les gusta y porque la Iglesia les necesita. ¿Parece poco?

No hay comentarios:

Publicar un comentario