jueves, 10 de junio de 2010

De tú a tú...

Tres fiesta celebramos los católicos que, creo, mejor condensan el mensaje de servicio y entrega connatural al mensaje de un Dios que es Amor - Deus carita est- Tres momentos en nuestro calendario litúrgico en el que la Iglesia nos ayuda a reencontrarnos con la esencia de la fe que profesamos.

La primera de ellas el Jueves santo, en la cual nos maravillamos con una celebración que sitúa a un Jesús servidor - no he venido a ser servido, sino a servir (Mt 20, 28) - entregado a la causa de un Dios que, a través de Jesús mismo, se implica directamente con la Humanidad. El Evangelio de ese día nos muestra un Jesús que ama, que se arrodilla ante sus amigos para lavar sus pies en una de las escenas más bellas y de mayor catequesis que la Sagrada Escritura nos regala. Un Jesús que instituye la Eucarística, el misterio de nuestra fe que lo hace presente en el pan y el vino consagrado y que nos hace partícipe de su vida inmortal.



Por otro lado, la festividad del Corpus Christi, la fiesta de adoración por excelencia en la que Jesús sacramentado es el centro. De nuevo la consagración inunda al cristiano que se postra ante el Señor en la Custodia. Otro regalo. Siendo el santísimo sacramento reflejo de un compromiso de Dios con la Humanidad entera y del deseo de Jesús de permenecer con nosotros - "yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo" (Mt 28,20).

Estas dos celebración son fiestas del amor fraterno, fiestas de la caridad, una palabra casi desechada en nuestro vocabulario, a la que en ocasiones damos un sentido peyorativo, olvidandonos que caridad es amor. Pero junto a estas situo una tercera, hoy ya casi en el olvido para muchos.

La fiesta de la que quiero hablar, la que hoy viernes nos ocupa es la aquella que la Iglesia celebra el viernes siguiente al Corpus Christi. La Solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús.

Pretender remontarme a sus orígenes es otear la edad media, pero sobre todo es situarnos en una devoción del siglo XVII en adelante; es hablar de muchos Padres de la Iglesia y algunos santos, como santa Maria de Alacoque, san Claudio de la Colombiére, o el beato Francisco Bernardo de Hoyos; es hablar de grandes Papas y de grandes encíclicas como la Annum Sacrum de Leon XIII (mediante la cual consagró el Género Humano al Sagrado Corazón), la Miserentissumus Redemptor de Pio XI o la Haurietis Aquas de Pio XII; tambiés es hablar de la Compañía de Jesús, del celo jesuita por extender esta devoción a lo largo y ancho del mundo y del encargo que Benedicto XVI realizó, al entónces Prepósito General de la Compañía Peter-Hans Kolvenbach, en 2006 animando a la orden de san Ignacio a continuar en la promoción de esta devoción.

Pero hablar del Sagrado Corazón es sobre todo hablar de Dios, y sobre todo es orar con Dios. Orar y ser conscientes de esa implicación de un Dios que no se mantiene al margen sino que se involucra de tú a tú con los hombres y mujeres de este mundo. Es en definitiva hablar de entrega, de compromiso... de amor.

Hemos desvirtuado una devoción hoy confundida con prácticas piadosas, letanías e imagénes plásticas, necesarias e importantes, pero siempre cuando van de la mano de un fundamento primero, que no es otro que el que sustenta nuestra fe, y es que "tanto amó Dios al mundo que dió a su hijo único" (Jn 3,16). Este es el punto de partida para entender una devoción que nace de una simbología humana como es el corazón, ese lugar físico que generalmente asociamos al sentimiento del amor.

A partir de ahí desarrollamos una oración bellísima que nos ayuda a contemplar un corazón de carne que nos recuerda que Dios se hizo hombre y que vivió como uno de tantos. Tal vez los cristianos hemos divinizado tanto a Jesús que nos olvidamos del hombre de a pie, que vivió en este mundo. Tal vez no caer en la cuenta de un Dios encarnado nos arrastra a una fe dónde Dios observa pero no acompaña, donde Dios planea pero no se implica, creando en nuestra conciencia una imagen que, desde mi propia experiencia, no se corresponde con el Dios que me tiene cautivado.

A través del Corazón de Jesús resplandece la voluntad sin confines de salvación por parte de Dios, no puede ser considerada por tanto una forma pasajera de culto o de devoción: la adoración del amor de Dios, que ha encontrado en el símbolo del "corazón traspasado" su expresión histórico-devocional, sigue siendo imprescindible para una relación viva con Dios (Encíclica «Haurietis Aquas», 62).

Nos toca a nosotros, cristianos del siglo XXI, actualizar y volver a compartir esta devoción. Deshacernos de una religiosidad sensiblera, que va más allá de fundamentalismos y prácticas vacías de sentido. Y es que, más allá de estampas, detentes y figuras de marmolina existe una devoción que condensa, de manera clara y directa, el mensaje del Evangelio: el Amor de Dios Padre para con los Hombres. Nos recuerda el compromiso del Verbo encarnado para con todos los hijos de Dios, mensaje en torno al cual gira toda nuestra historia de salvación.

Toca también a los jesuitas retomar ese celo que los caracterizó durante siglos, seguir la estela del recien beatificado Bernardo de Hoyos o de otros santos, como san Francisco de Borja o san Luis Gonzaga, que ya en su tiempo contemplando "el costado traspasado con la lanza" hicieron de su vida compromiso y entrega, renovándose constantemente y teniendo muy presente que el amor nunca se da por"concluido" y "completado "(Encíclica «Deus caritas est).


Hoy es fiesta del Sagrado Corazón. Misas, besapies, letanías y procesiones inundarán nuestros barrios y calles, acogiendo una tradición religiosa y popular sin la cual no entendemos nuestra historia de fe. Pero es cierto que la fiesta del Sagrado Corazón de Jesús debe ser nuestro día a día. Esta devoción no es otra cosa que dejarse acompañar por Dios, no pretender buscar su lógica sino dejarnos caer en Él, musitando esa plegaria que nuestras abuelas recogían en apenas un murmullo:"Corazón de Jesús, en Vos confío", que no es otra cosa que descanso confiado en las manos del Padre. Es vivir día día la Contemplación para alcanzar amor que San Ignacio nos dejó en sus Ejercicios Espirituales. Es ser consciente de que somos infinitamente queridos, esperados y acompañados y a partir de ahí, ser capaz de acoger, con fidelidad y humildad, y reconocer que el amor no es conquistar, sino darse a los demás.

Esta devoción de la que me siento profundamente cautivado es entrega y servicio, amor sin reservas y a la vez denuncia de la injusticia, - pues si he aprendido algo de los jesuitas es a concebir la fe unida a la promoción de una justicia que brota de la misma -. Es a su vez debilidad humana, en tanto somos nosotros los que en ocasiones no estamos a la altura de responder, pero tambien Gracia Divina.
Dar culto al Sagrado Corazón es poner en práctica el amor, es orar y vivir apasionadamente, y ser capaz de mostrar "por las obras mi fe" (Santiago 2, 18).

Para alimentar esta devoción no debemos olvidar que el Corazón de Cristo representa a un Dios que no se olvida de este mundo, que se remanga para "mojarse" por nosotros, que se implica de tú a tú con cada uno, que es Padre y connatural a ello somos Hijos, y nos une una filiación que trasciende lo humano. Es por ello, que ese Amor del que tanto he hablado en estás líneas, a veces nos cuesta conocer y reconocer, pues, aún viniendo de un hermano, tiene origen divino, ello no hace otra cosa que asegurarnos que Dios mismo pasea entre nosotros y sobre todo, habita en nosotros.

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