domingo, 28 de agosto de 2011

Allá dónde estés...

Hace ya un año que te fuiste.


Un año ya. Y todavía me cuesta pensar que no estas en tu casa, o que si llamo por teléfono no será tu voz despistada y cariñosa la que me hablara durante un rato antes de pasar la llamada a su destinatario. Todavía tengo esa voz grabada como un agradable recuerdo que conserva aquel que se siente hablando con alguien que lo quiere, con alguien junto a quien te sientes seguro, con alguien al que une un cariño especial.


Te fuiste casi de improviso, pero aguantando y peleando hasta el final. Nunca se me ha pasado por la cabeza pensar que desistieras o que te cansaras de luchar. Nada de eso.

Y es que si echo la vista atrás te recuerdo siempre luchando, trabajando por sacar adelante tus sueños, tus cosas. Luchando por tu familia, por tu hijo, animándolo con la carrera, cuidándolo hasta a veces parecer pesada, siempre pendiente de dónde estaba, de cómo lo pasaba. Un solo hijo, pero a medida que pasaban los años y que mi amistad con él crecía también yo (y sé que muchos más) te sentía como una madre.

Te conocí con un cáncer apenas superado, siempre con la sonrisa en los labios. Parecía que ese mal recuerdo del cáncer mello tu cuerpo, fatigado con facilidad, pero siempre lleno de ilusión, de ganas de hacer cosas, de innovar, de vivir...

Así te prejubilaste y así llegó la ilusión de crear con tus manos y plasmar de alguna forma el don de la creatividad que el Señor te regalo. Y empezaste con tus clases de arte por las tardes, a tu edad y a veces en contra de tu gente que te veía muy liada, y veía como los horarios y los trabajos también te fatigaban. Pero daba igual. Tu estabas encantada.

Disfrutabas con la pintura y la escayola, los moldes, los lienzos, los colores y la arenilla como en una segunda infancia. Se te veía feliz y cuando nos pillabas en casa te encantaba enseñarnos cosas y hablarnos de otras tantas que tenias ya en mente o que ibas a aprender.

Cuando nos pillabas en casa. A los pocos días de irte volvimos a ir varias veces. No era lo mismo lógicamente. Todos esperábamos encontrarte allí, en tu casa que hacías que fuera nuestra. Siempre abierta y dispuesta a cualquier fiesta o encuentro que quisieramos allí celebrar. Siempre con ganas de que cenáramos allí, de que compartiéramos contigo la ilusión de tu huerto,de tus plantas... siempre con ganas de tenernos allí, como una madre adoptiva que disfrutaba teniendo cerca a sus otros hijos, a muchos de los cuales también habías tenido en las aulas del cole de los jesuitas donde trabajaste muchísimos años.

No sé si fue mala fortuna, casualidad,o si por mi fe me toca llamarlo Providencia. Pero algo quiso que aquella semana de agosto que sufriste tu segundo ataque al corazón en pocos meses y que te tuvo ingresada en el hospital no pudiéramos hablar, ni vernos, ni despedirnos.

Llgué apenas una semana y poco antes, acompañado y con ganas de ir a verte, pues la última vez que hablé contigo por teléfono, apenas un mes antes estabas genial, contenta de nuevo, y aceptando a regañadientes que el huerto no iba a poder ser cosa tuya... demasiado esfuerzo.

No fueron unos días muy fáciles para mi. Amar duele a veces y cuando quieres a alguien en demasía, la gente se hace mucho daño sin darse cuenta, sin querer... en eso estaba yo esos días cuando te fuiste.

Lloré y lloramos mucho tu marcha. La forma en que te fuiste, pues a pesar de saber que no estabas en tu mejor momento, no imaginé que aquel 28 de agosto de 2010 estaría rodeado de amigos que dejaban correr sus lágrimas con libertad por sus mejillas mientras acompañabamos a tu hijo, nuestro amigo, y a tu marido, mientras, a la vez, todos acompañábamos nuestra tristeza por la pérdida de alguien a quién sentíamos muy muy cerca, a quien queríamos de una forma que solo nosotros entendemos.

Ha pasado un año, y el pensar en ti me hace dibujar una sonrisa a la vez que me inunda una triste añoranza por tu marcha. Pero sé que sigues ahí. Que velas por nosotros muy cerca de ese capuchino barbudo al que muchas veces te encomendabas cuando la cosa no iba bien, ese fray Leopoldo que tanto significa para mi. Ahora mismo hará un año de su beatificación en Granada,en la cual te tuve muy presente, consciente de que allí nos acompañabas también tú.

Hoy tengo el ánimo regular, supongo que es normal, que no fueron buenos días, y que aunque uno mire hacia adelante hay cosas que siempre guardará en su corazón, pues se han escrito con un pluma diferente. Y es bueno tenerlo presente, pues si uno llora es porque ha querido, y eso nos paso esa mañana contigo, que lloramos porque te queríamos.
Tu recuerdo, tu voz, tu sonrisa y tus despistes sigue muy vivos en mi. En un rato, en el silencio de mi oración, te tendré especialmente presente en la eucaristía de hoy, como acción de gracias por todo lo que de forma directa e indirecta compartimos, por tu atención, por tu cariño, por tu entrega cariñosa... por ti Reyes.

Un beso fuerte fuerte allá dónde estés.

Sergio

No hay comentarios:

Publicar un comentario