jueves, 24 de marzo de 2011

Con Monseñor Romero...


"Con Monseñor Romero, Dios pasó por el Salvador"

Esa fueron las palabras que pronunció Ignacio Ellacuría en el funeral que por entonces se ofició en la UCA por Monseñor Oscar Romero. El que fuera "voz de los sin voz" fue asesinado a tiros mientras celebraba la eucaristía, hace hoy 31 años.

Asesinato que muchos contemplamos como el martirio de un hombre que experimentó su propia conversión. Tres años de profunda transformación, desde su nombramiento como arzobispo de San Salvador y su muerte. Tres años de vida pública dónde se enfrentó a los poderosos y consagró la defensa de "los Lázaros" como bandera de su vida.


A falta de poco más de un mes para la beatificación de Juan Pablo II, y sin ánimo de restar virtudes y méritos al Papa Wojtyła, viajero incansable y ejemplo de servicio a la Iglesia, cabe preguntarse qué pasa con la figura de Monseñor Romero, qué pasa con su entrega, con su martirio y con el reconocimiento formal de sus virtudes cristianas. Digo formal porque desde hace años que su pueblo, su gente, lo proclamó "santo súbito", como le pasó recientemente al Papa polaco. Uno ha alcanzado el título de beato en poco más de 5 años... y otro, tras más de 30 años, nada se sabe.

Su tiempo fue un tiempo difícil. El espíritu de la Teología de la Liberación (con profundo sentido en ese enclave geográfico y temporal y por tanto difícil de extrapolar a otras realidades y menos a otros momentos de la historia) era para algunos un tufillo comunista que, decían, poco tenia que ver con el Evangelio de Jesús y su Iglesia.

Política y religión no casan, dicen muchos que todavía hoy se amparan en ese irrisoreo argumento para justificar el paro en el proceso de beatificación de Romero, mientras viven al amparo y los favores del poder político, añorando en ocasiones preevendas y privilegios ya, a Dios gracias, desaparecidos.

Monseñor Romero hizo política, en tanto en cuanto se significó con los oprimidos, tal y como hizo Jesús. Hizo política en tanto que se enfrento a los poderosos, al igual que Jesús. Hizo política en tanto que, en nombre de Dios y su justicia, luchó hasta derramar su sangre por aquellos que nadie escuchaba. Consagró su ministerio a la opción preferencial por los más pobres, piedra angular y eje en torno al cual gira la Buena Nueva de Jesús de Nazareth.

En modo de homenaje y recuerdo a su memoria, comparto con ustedes parte de su última homilía, esa en la que, sin tapujos, fue fiel al mensaje del Evangelio, sin miedo, aun sabiéndose amenzado y perseguido. Palabras que supusieron su condena y que fueron el punto y final de una vida que merece subir a los altares.

Ojalá pronto el pueblo salvadoreño y toda latinoamérica celebre a San Romero de América, que ya hoy, intercede por nosotros.

"Ya sé que hay muchos que se escandalizan de estas palabras y quieren acusarlas de que han dejado la predicación del Evangelio para meterse en política. Pero no acepto yo esa acusación, sino que hago un esfuerzo para que todo lo que nos ha querido impulsar el Concilio Vaticano II, la reunión de Medellín y de Puebla, no sólo lo tengamos en las páginas y lo estudiemos teóricamente, sino que lo vivamos y lo traduzcamos en esta conflictiva realidad de predicar como se debe el Evangelio para nuestro pueb. por eso, pido al Señor durante toda la semana, mientras voy recogiendo el clamor del pueblo y el dolor de tanto crimen, la ignominia de tanta violencia, que me dé la palabra oportuna para consolar, para denunciar, para llamar al arrepentimiento, y aunque siga siendo una voz que clama en el desierto, sé que la Iglesia está haciendo el esfuerzo por cumplir con su misión

Yo quisiera hacer un llamamiento muy especial a los hombres del ejército, y en concreto a las bases de la Guardia Nacional, de la policía, de los cuarteles. Hermanos, son de nuestro mismo pueblo, matan a sus mismos hermanos campesinos, y, ante una orden de matarr que dé un hombre, debe prevalecer la ley de Dios, que dice: no matar. Ningún soldado está obligado a obedecer una orden contra la ley de Dios. Una ley inmoral, nadie tiene que cumplirla. Ya es tiempo de que recuperen su conciencia y obedezcan antes a su conciencia que a la orden del pecado. La Iglesia, defensora de los derechos de Dios, de la ley de Dios, de la dignidad humana, de la persona, no puede quedarse callada ante tanta abominación. Queremos que el Gobierno tome en serio que de nada sirven las reformas si van teñidas con tanta sangre. En nombre de Dios, pues, y en nombre de este sufrido pueblo, cuyos lamentos suben hasta el cielo cada día más tumultuosos, les suplico, les ruego, les ordeno, en nombre de Dios: ¡cese la represión!"


Realmente, con Monseñor Oscar Romero, Dios pasó por el Salvador.

No hay comentarios:

Publicar un comentario