jueves, 22 de septiembre de 2011

Y tenia ganas de verlo (Lc 9, 7-9)

Ayer hizo un mes desde que el Papa Benedicto XVI abandonara Madrid, tras presidir la Jornada Mundial de la Juventud, ese encuentro que congregó a cerca de 2 millones de jóvenes católicos de todo el mundo. Mucho se ha escrito, para bien y para mal, de esos días de fiesta, juventud, multiculturalidad y fe. Mucha gente reflexionó de forma crítica con el Evangelio en la mano; otra mucha ha dado gracias y confía en los frutos espirituales y religiosos que saldrán de esos días, amén de ello, algunos voceros cuyas plumas se han ensañado con burla e incluso maldad, de lo vivido durante esos días. Sea como fuere, la JMJ no dejó a nadie indiferente. Y es que, los jóvenes que allí se congregaron lo hicieron llamados por el Santo Padre, pero en torno al encuentro con el Dios de Jesús. El Dios de la Vida que impulsó, de la mano del Espíritu Santo, lo vivido aquellos días. Quizás algunos con una fe más superficial o no, quizás muchos con una efusividad hacia el Papa que rozaba la idolatría o no, quizás muchos simplemente en búsqueda, quizás muchos sin un hábito constante de oración... pero de todo eso se sirve Dios para tocar el corazón de la gente.

¿Quién es este del que oigo semejantes cosas? se pregunta Herodes en el Evangelio de hoy. Ya entonces Jesús daba que hablar, y ese Dios al que llamaba Padre cautivaba a muchos a la vez que sonaba irreverente y atrevido, y ese Reino por el que Jesús apostaba y al que quería que sus amigos dedicasen su vida, ese Reino, ya levantaba pasiones a la vez que crítica.

El paso de Dios viene siempre cargado de incertidumbre, de preguntas, de dudas, pero sobre todo de búsqueda. Sin duda alguna aquellos días en Madrid, dieron y darán qué hablar, de nuevo para bien y para mal. Pero muchos, muchísimos serán los que se pregunten al igual que Herodes, que quién es ese del que oigo estas cosas, quién ese que mueve a tanta juventud y no juventud (en Madrid pero también a diario en todo el mundo); quién es ese que 2000 años después sigue siendo anhelo, sueño y proyecto de tanta gente; quién es ese que enamora hasta el punto de que entreguemos nuestra vida desde nuestra vocación particular en la Iglesia y el mundo.

Y con un poco de suerte, a la pregunta inicial le seguirá la búsqueda, y si uno se va dejando acompañar y se atreve a poner el corazón en juego acabará con queriendo algo parecido a esa frase con que termina hoy el Evangelio:

Y tenía ganas de verlo.

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