martes, 2 de noviembre de 2010

El ser humano es maravilloso

A veces la vida plantea situaciones que hace que nos veamos en encrucijadas difíciles de superar, en las cuales te pierdes y eres consciente de que elijas lo que elijas vas a sufrir. Pero la vida ha sido caprichosa, y por cuestiones que no soy capaz de entender, te hace protagonista de una historia que no era la tuya hace un mes, una semana o simplemente antes de despertar esta mañana. Pero has llegado a un punto sin retorno, toca optar, arriesgarse y apostar por lo que uno siente que puede ser la mejor opción, aunque acarree mucho miedo, aunque suponga fiarse más de otros que de uno mismo, y sobre todo suponga descansar confiado, pero humanamente aterrorizado, en las manos del Dios de la Vida.

Algo así debe suceder cuando al final de tu vida, con una salud de hierro y una vitalidad envidiable te ves en mitad de dos senderos que no quisiste recorrer, pero que ahora suponen una elección personal sin demora. Y es que cuando hablamos de amor relacionamos instintivamente el corazón cómo núcleo de vida, de entrega y servicio, cómo referente de ese sentimiento que mueve el mundo, pero a veces tener un corazón demasiado grande, es anatómicamente una faena.

Hay que cosas que no tienen sentido, que escapan a nuestro entendimiento y que solo podemos acoger. Realmente no sé si Dios tiene un plan predefinido para cada uno de nosotros, no sé qué papel juega la libertad del hombre en todo ese plan, su naturaleza biológica y la creación misma, no sé si Dios improvisa o es el hombre que pregunta demasiado… si tuviera estas respuestas no escribiría estas líneas, tal vez otras o tal vez ninguna. De lo que si tengo certeza es que Dios se hace presente en todo ello, acompaña y no juzga, vela y consuela, sufre con tu mismo dolor y apuesta por la Vida al margen de todo lo demás.

Estos días han sido especialmente duros. Pero también han sido días de mucha humanidad.

Días para quedarse admirado por el valor que supone con casi ochenta años y lleno de vitalidad ponerte en manos de profesionales que durante unas horas harán realmente de dioses; días para confiar y no perder la fe que durante toda tu vida te ha acompañado, para aferrarte a una creencia sencilla pero cargada de intensidad.

Días de mucha entrega y amor. Cuando apenas hace unos días que has celebrado tu 51 aniversario de boda resulta realmente duro separarte de la mujer que ha sido apoyo y cariño durante tantos años. Cuando optas por la “soledad” de una impersonal habitación de hospital, por no hacer sufrir a la otra persona; cuando te conformas con varias llamadas al día para que esa persona por la que lo has dado todo y que te ha dado todo no sufra; cuando prefieres llorar en silencio para evitar las lágrimas de tu mujer estás siendo testimonio vivo de entrega, de ese amor desinteresado y paciente, que todo lo aguanta y que con todo puede.

Contemplar la imagen del abrazo entre dos amigos, dos abuelos, dos personas que se quieren y se respetan. Gente de campo, austera y trabajadora, humildes pero con una experiencia de vida que los hace sabios. El abrazo emocionado entre dos octogenarios que tienen miedo a perderse y sufren juntos, lloran juntos y confian juntos. Ha sido otra muestra más de que de toda circunstancia, puede uno sacar lecciones de vida

Han sido días para caer en la cuenta de que los sacramentos son para los vivos, y la unción de los enfermos es un regalo de vida que la Iglesia imparte. Un regalo acogido con lágrimas en los ojos, con miedo y mucho respeto, pero sobre todo con mucha confianza de que Dios esta muy pendiente de él. Hacía mucho que no sentía la intensidad de un sacramento como pude sentir estos días. La intensidad de la acogida, del sentirse seguro, de apenas musitar un agradecimiento por el ahogo de una emoción incontenida de aquel, que con mucho miedo, acoge a Dios y no deja de esperar en Él.

Todas estas lecciones de vida, en medio de una situación de dolor, nacen de un ser humano, un hombre de casi ochenta años de mirada jovial y brazos fuertes acostumbrados a espuertas a rebosar; un hombre con unos ojos azules que trasparentan a un enamorado del campo y de la tierra, de los espárragos y los olivos; a un padre desvivido por sus dos hijos, un esposo que ama sin limitación, un abuelo cariñoso y entregado; un cristiano sencillo, con las limitaciones que todos podemos tener, servicial cargado de vida y entusiasmo, siendo, como decía Machado “en el buen sentido de la palabra, bueno”.

Estos días han sido tiempo de muchas lecciones de vida, de mucha emoción y por ello, la oración que ahora acompaña a mi familia en esa sala de espera y a Pedro en el quirófano, es también una acción de gracias por él, por su vida, por ayudarme a confiar un poco más en el ser humano. Por ser ejemplo de confianza en Dios, de entrega desinteresada para con los suyos. Por ser ejemplo vivo de que el ser humano es realmente maravilloso.

Ahora queda confiar mucho. Ánimo Pedro.


3 comentarios:

  1. Que grande eres Sergio ;)!!!

    ResponderEliminar
  2. Gracias Sergi, me ha encantao tu relato. Un abrazo compañero y nos seguiremos viendo. Javi

    ResponderEliminar