Seguramente poca gente haya oído hablar alguna vez de Miguel Agustín Pro. Este desconocido nombre encarna la sinrazón de uno de los episodios más trágicos para la Iglesia Católica contemporánea, así como una de las páginas más negras de la historia de México.
Sacerdote jesuita, el conocido como padre Pro fue asesinado el 23 de noviembre de 1927 en Ciudad de México, ante un pelotón de fusilamiento formado por militares, sin juicio previo alguno, sin garantía legal ni derecho a defensa. Fusilado frente a decenas de periodistas y cámaras fotográficas de época que buscaban recoger la sangrienta advertencia que el presidente mexicano, Plutarco Elías Calles, pretendía hacer llegar a la Iglesia mexicana, a la Santa Sede y al Mundo.
El contexto donde situar este asesinato es complicado e imposible de pretender sintetizar en pocas líneas: años de de revolución, de justicia social, años de mano dura militar, de persecución religiosa, años re ruptura entre Iglesia y Estado, de miedo y de prohibiciones, años de enfrentamiento y de “vivas” a Cristo Rey… No seria justo pretender situar el contexto de todo ello de una manera tan simple y seguramente tan sesgada. Ni me atrevo, ni quiero.
Sin embargo sí me parece de justicia recuperar la memoria del Padre Miguel Agustín Pro, o simplemente el Padre Pro. Este nombre representa a tantos laicos, religiosos y diocesanos que murieron durante los años de enfrentamiento en la llamada Guerra Cristera; que fueron víctimas de juicios sumarísimos, si acaso; hombres y mujeres asesinados por representar y defender una opción religiosa concreta, por sentirse hijos de Dios y miembros de una Iglesia universal, Católica, que tiene de pecadora lo humano, y de santa el espíritu de Dios que la impuls
a y alienta.
El Padre Pro fue acusado por un crimen que hoy se sabe que no cometió y que por entonces ni siquiera se probó. Su muerte buscaba ser un escarmiento para todos aquellos que sentían y denunciaban que la fe no puede reducirse a la esfera de lo privado, que debe propagarse y compartirse, que los sacramentos son expresión viva de Dios y que la Iglesia, como garante de ello, no debe cejar en el empeño de trasmitirlos. La sinrazón del odio hacia la fe ha sido causa de grandes persecuciones a lo largo y ancho del planeta, salpicando la historia de la humanidad, antes y también hoy.
Mientras escribo estas líneas en recuerdo del padre Pro me vienen a la cabeza dos situaciones que creo van de la mano al recordar al mencionado jesuita.
Una de ellas es la presentación del Informe sobre Libertad Religiosa en el Mundo de 2010, informe bienal que elabora la institución católica Ayuda a la Iglesia Necesitada. El resumen de ese informe es realmente estremecedor: cerca de 350 millones de personas en el mundo son perseguidas por su fe. Países como Bangladesh, China, Egipto, Eritrea, India, Indonesia, Pakistán, Sudán, Uzbekistán o Irak son algunos en los que se producen más episodios de intolerancia social o legal contra la libertad religiosa. Y dentro de ellos, el 75% de esas persecuciones van dirigidas contra comunidades cristianas en todo el mundo. Así mismo el informe también reconoce una creciente escalada de cristianofobia en los países más desarrollados. Aún hoy siguen resonando las palabras del Papa cuando llegaba a Santiago hace apenas dos semanas en las que recogía que “en España ha nacido una laicidad, un anticlericalismo, un laicismo fuerte y agresivo, como lo vimos precisamente en los años treinta, y esta disputa, más aún, este enfrentamiento entre fe y modernidad, ambos muy vivaces, se realiza hoy nuevamente en España”. No voy a entrar a valorar estas palabras, evidentemente no existe una persecución a cuchillo y fúsil, caer en ese victimísmo sería no solo demagógico, sino una ofensa contra aquellos que sufrieron en sus carnes las persecución religiosa de aquellos años en nuestro país. Sin embargo estoy convencido que las palabras de Benedicto XVI son fruto de una profunda reflexión. No están pronunciadas a la ligera y mucho menos sin pretender algo. Ahora toca la reflexión personal, sobre esto y sobre todo lo arriba mencionado acerca de la falta de libertad en muchos rincones del mundo por profesar una religión determinada.
Por otro lado la festividad del Padre Pro viene siempre muy cerca de la conclusión del tiempo ordinario para los católicos y por ende, muy cerca de la celebración de una de las fiestas con más significado dentro de la liturgia de nuestra Iglesia: la festividad de Jesucristo Rey del Universo. La festividad de Cristo Rey.
Viva Cristo Rey fue precisamente la proclama, y de algún modo la oración, que el joven jesuita pronunció justo antes de que los soldados disparasen contra su pecho.
La fiesta de Cristo Rey nos hace caer en la cuenta del Rey al que queremos servir los cristianos. Aquel con el que hemos sellado un compromiso de fidelidad, ese rey que es nuestro Dios y cuyo trono no es otro que un madero de dos piezas: una que mira a la tierra y es muestra del compromiso y de la implicación del Dios de la Vida con la humanidad; y otro que apunta al Cielo y que nos ayuda a no olvidarnos de nuestra vocación de santidad, de nuestra vocación de ser felices aquí, pero a la vera de un Dios que acompaña y guía. El trono de nuestro Rey, ese madero que nace con vocación de muerte y es finalmente actor de Vida, ese madero es símbolo de entrega y servicio, amor sin reservas y denuncia de la injusticia, es también debilidad humana y Gracia divina, acogida y esfuerzo, signo de resurrección y perdón. Jesucristo, Rey de Reyes, servidor y hombre, hermano y amigo, colgado del madero representa a un Dios que no se olvida de los crucificados de este mundo. Y yo, gracias a la cruz, tampoco.
Estas líneas son un recuerdo para todos aquellos mártires anónimos de ayer y de hoy que no temieron a la muerte por defender su fe; son un recuerdo para todos aquellos que vivieron y viven perseguidos por dar testimonio de su fe, para esos que dieron y dan testimonio de que Cristo es el único rey Eternal al que servir y trabajan y queman su vida por ese Reino que sueña el Evangelio; unas líneas por aquellos que mantienen la esperanza, esperan en el amor y se mantienen firmes en la fe del Dios de la Vida.
Un recuerdo y una acción de gracias por todos ellos y ellas, que hoy, 23 de noviembre, encarna un jesuita mexicano que cayó victima de odio fratricida orando y perdonando, un sacerdote enamorado de Dios, un cristiano comprometido con sus hermanos, fiel testimonio de entrega y servicio hasta derramar su sangre por ello.
Quisiera terminar estas líneas con parte de la Primera lectura propia de la festividad del Padre Pro que la Compañía de Jesús hoy celebra, y que son palabras de aliento y ánimo que San Pablo dirigió en su momento a sus hermanos, y que también hoy dirige a muchos que sufren por causa de su pasión por el Evangelio. Mi oración y mi acción de gracias por todos ellos.
(...) Si Dios está de nuestra parte, ¿quién estará en contra? El que no reservó a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos va a regalar todo lo demás con él? ¿Quién será fiscal de los que Dios eligió? Si Dios absuelve, ¿quién condenará? ¿Será acaso el Mesías Jesús, el que murió y después resucitó y está a la diestra de Dios y suplica por nosotros? ¿Quién nos apartará del amor de Dios? ¿Tribulación, angustia, persecución, hambre, desnudez, peligro, espada? (… ) En todas esas circunstancias vencemos de sobra gracias al que nos amó. Estoy persuadido de que ni muerte ni vida, ni ángeles ni potestades, ni presente ni futuro, ni poderes ni altura ni hondura, ni criatura alguna nos podrá separar del amor de Dios manifestado en Jesús Señor nuestro. (Rm 8, 31-39)
Sacerdote jesuita, el conocido como padre Pro fue asesinado el 23 de noviembre de 1927 en Ciudad de México, ante un pelotón de fusilamiento formado por militares, sin juicio previo alguno, sin garantía legal ni derecho a defensa. Fusilado frente a decenas de periodistas y cámaras fotográficas de época que buscaban recoger la sangrienta advertencia que el presidente mexicano, Plutarco Elías Calles, pretendía hacer llegar a la Iglesia mexicana, a la Santa Sede y al Mundo.
El contexto donde situar este asesinato es complicado e imposible de pretender sintetizar en pocas líneas: años de de revolución, de justicia social, años de mano dura militar, de persecución religiosa, años re ruptura entre Iglesia y Estado, de miedo y de prohibiciones, años de enfrentamiento y de “vivas” a Cristo Rey… No seria justo pretender situar el contexto de todo ello de una manera tan simple y seguramente tan sesgada. Ni me atrevo, ni quiero.
Sin embargo sí me parece de justicia recuperar la memoria del Padre Miguel Agustín Pro, o simplemente el Padre Pro. Este nombre representa a tantos laicos, religiosos y diocesanos que murieron durante los años de enfrentamiento en la llamada Guerra Cristera; que fueron víctimas de juicios sumarísimos, si acaso; hombres y mujeres asesinados por representar y defender una opción religiosa concreta, por sentirse hijos de Dios y miembros de una Iglesia universal, Católica, que tiene de pecadora lo humano, y de santa el espíritu de Dios que la impuls

El Padre Pro fue acusado por un crimen que hoy se sabe que no cometió y que por entonces ni siquiera se probó. Su muerte buscaba ser un escarmiento para todos aquellos que sentían y denunciaban que la fe no puede reducirse a la esfera de lo privado, que debe propagarse y compartirse, que los sacramentos son expresión viva de Dios y que la Iglesia, como garante de ello, no debe cejar en el empeño de trasmitirlos. La sinrazón del odio hacia la fe ha sido causa de grandes persecuciones a lo largo y ancho del planeta, salpicando la historia de la humanidad, antes y también hoy.
Mientras escribo estas líneas en recuerdo del padre Pro me vienen a la cabeza dos situaciones que creo van de la mano al recordar al mencionado jesuita.
Una de ellas es la presentación del Informe sobre Libertad Religiosa en el Mundo de 2010, informe bienal que elabora la institución católica Ayuda a la Iglesia Necesitada. El resumen de ese informe es realmente estremecedor: cerca de 350 millones de personas en el mundo son perseguidas por su fe. Países como Bangladesh, China, Egipto, Eritrea, India, Indonesia, Pakistán, Sudán, Uzbekistán o Irak son algunos en los que se producen más episodios de intolerancia social o legal contra la libertad religiosa. Y dentro de ellos, el 75% de esas persecuciones van dirigidas contra comunidades cristianas en todo el mundo. Así mismo el informe también reconoce una creciente escalada de cristianofobia en los países más desarrollados. Aún hoy siguen resonando las palabras del Papa cuando llegaba a Santiago hace apenas dos semanas en las que recogía que “en España ha nacido una laicidad, un anticlericalismo, un laicismo fuerte y agresivo, como lo vimos precisamente en los años treinta, y esta disputa, más aún, este enfrentamiento entre fe y modernidad, ambos muy vivaces, se realiza hoy nuevamente en España”. No voy a entrar a valorar estas palabras, evidentemente no existe una persecución a cuchillo y fúsil, caer en ese victimísmo sería no solo demagógico, sino una ofensa contra aquellos que sufrieron en sus carnes las persecución religiosa de aquellos años en nuestro país. Sin embargo estoy convencido que las palabras de Benedicto XVI son fruto de una profunda reflexión. No están pronunciadas a la ligera y mucho menos sin pretender algo. Ahora toca la reflexión personal, sobre esto y sobre todo lo arriba mencionado acerca de la falta de libertad en muchos rincones del mundo por profesar una religión determinada.
Por otro lado la festividad del Padre Pro viene siempre muy cerca de la conclusión del tiempo ordinario para los católicos y por ende, muy cerca de la celebración de una de las fiestas con más significado dentro de la liturgia de nuestra Iglesia: la festividad de Jesucristo Rey del Universo. La festividad de Cristo Rey.
Viva Cristo Rey fue precisamente la proclama, y de algún modo la oración, que el joven jesuita pronunció justo antes de que los soldados disparasen contra su pecho.
La fiesta de Cristo Rey nos hace caer en la cuenta del Rey al que queremos servir los cristianos. Aquel con el que hemos sellado un compromiso de fidelidad, ese rey que es nuestro Dios y cuyo trono no es otro que un madero de dos piezas: una que mira a la tierra y es muestra del compromiso y de la implicación del Dios de la Vida con la humanidad; y otro que apunta al Cielo y que nos ayuda a no olvidarnos de nuestra vocación de santidad, de nuestra vocación de ser felices aquí, pero a la vera de un Dios que acompaña y guía. El trono de nuestro Rey, ese madero que nace con vocación de muerte y es finalmente actor de Vida, ese madero es símbolo de entrega y servicio, amor sin reservas y denuncia de la injusticia, es también debilidad humana y Gracia divina, acogida y esfuerzo, signo de resurrección y perdón. Jesucristo, Rey de Reyes, servidor y hombre, hermano y amigo, colgado del madero representa a un Dios que no se olvida de los crucificados de este mundo. Y yo, gracias a la cruz, tampoco.

Un recuerdo y una acción de gracias por todos ellos y ellas, que hoy, 23 de noviembre, encarna un jesuita mexicano que cayó victima de odio fratricida orando y perdonando, un sacerdote enamorado de Dios, un cristiano comprometido con sus hermanos, fiel testimonio de entrega y servicio hasta derramar su sangre por ello.
Quisiera terminar estas líneas con parte de la Primera lectura propia de la festividad del Padre Pro que la Compañía de Jesús hoy celebra, y que son palabras de aliento y ánimo que San Pablo dirigió en su momento a sus hermanos, y que también hoy dirige a muchos que sufren por causa de su pasión por el Evangelio. Mi oración y mi acción de gracias por todos ellos.
(...) Si Dios está de nuestra parte, ¿quién estará en contra? El que no reservó a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos va a regalar todo lo demás con él? ¿Quién será fiscal de los que Dios eligió? Si Dios absuelve, ¿quién condenará? ¿Será acaso el Mesías Jesús, el que murió y después resucitó y está a la diestra de Dios y suplica por nosotros? ¿Quién nos apartará del amor de Dios? ¿Tribulación, angustia, persecución, hambre, desnudez, peligro, espada? (… ) En todas esas circunstancias vencemos de sobra gracias al que nos amó. Estoy persuadido de que ni muerte ni vida, ni ángeles ni potestades, ni presente ni futuro, ni poderes ni altura ni hondura, ni criatura alguna nos podrá separar del amor de Dios manifestado en Jesús Señor nuestro. (Rm 8, 31-39)