jueves, 9 de septiembre de 2010

Esclavo de esclavos

A veces la gente pasa por el mundo sin hacer mucho ruido. Luego, cuando echamos la vista atrás, reconocemos méritos, experiencias y vivencias de gente que, en su momento, apenas le echamos cuenta o bien la tuvimos por loca o excesivamente soñadora, ensimismada con y por una causa poco compartida y, tal vez entonces, poco reconocida.

Supongo que es la historia de muchos grandes hombres y mujeres que en su tiempo fueron visionarios, y se atrevieron a mirar con otros ojos, quitándose vendas de prejuicios y miedos preconcebidos por una sociedad, o un mundo, anclado en sus propias miserias. Pero que en su momento era lo ordinario y lo corriente. Esa valentía tachada entonces de locura, hoy es reconocida como un don, como una gracia, como signo de algo que no sabemos como llamar.


Estas líneas a modo de reflexión son, creo, una buena forma de presentar la vida del jesuita Pedro Claver. Hoy celebra la Iglesia la fiesta de su santidad, un título que él ni por asomo busco, pero que realmente merece por ser su vida ejemplo de entrega y servicio, ejemplo de lo que es dar sin esperar y de lo que supone amar hasta que duele. Por ser reflejo e imagen de lo que para los cristianos es Dios.



Claver tuvo la suerte de coincidir en Mallorca con el hermano Alonso Rodríguez, y según cuentan, fue éste el que le animó a cruzar el charco y marchar a América a principios del siglo XVII. Su destino fue la plaza fuerte de Cartagena de Indias -hoy parte de Colombia-, un puerto donde Claver optó por la entrega y el servicio hacía aquellos que más lo necesitaban. Así, en contra de la opinión de muchos notables del lugar y algunos de sus hermanos jesuitas vivió conforme a un sueño: todos somos iguales a los ojos de Dios, y como tal, todos debemos ser tratados con cariño, dignidad y respeto. Un enunciado simple que hoy, en pleno siglo XXI no hemos terminado de interiorizar.

Cartagena de Indias era por entonces un puerto negrero de efervescente actividad. Enormes barcos con sus bodegas repletas de negros atravesaban el Atlántico desde África, donde eran cazados como animales con el beneplácito de reyes y gobernadores. Eran tiempos que a los ojos de hoy son difíciles siquiera comprender, tiempos en los que mucho teólogos llegaban a afirmar incluso que los negros carecían de alma. Barbaridades que hoy escapan a nuestra razón, pero que supone una de las muchas sinrazones que salpican la historia de la Humanidad.


Esos grandes armazones llegaban con sus bodegas infectadas de muerte, desolación y enfermedad. Y ahí entraba Claver con su sotana y su manta, para dar de beber y de comer, acompañar a los moribundos y compartir con ellos la Buena Nueva. Tras meses de viaje, sin ventilación ni cuidado alguno, no es difícil imaginar cómo serian esas bodegas. Pero ni eso, ni el idioma, ni las trabas de patrones impedían que subiera a cada barco recién arribara a puerto.

No es menos cierto que hoy en día algo del buen hacer de Claver pueda chirriarnos. Pero de nuevo debemos mirar atrás con la perspectiva que la historia nos da. Claver era hijo de su tiempo y como tal buscaba la conversión o la salvación de almas, entendiendo el servicio a Dios y a la Iglesia conforme a mucho de lo que por entonces suponía ser sacerdote. Sin embargo supo desprenderse de muchas de las ataduras de una sociedad pretensiosa, hipócrita y corrupta, y mirar, verdaderamente, con entrañas de misericordia, poner su fe en obras e implicarse con una realidad sangrante como fue la esclavitud, hoy vergüenza del mundo. Nada resta mérito a una vida entregada por y para los demas, pues aún viviendo en su tiempo, supo convertir Cartagena de Indias en la cuna de los Derechos Humanos.

Esclavos, leprosos, reos de la santa inquisición... estos fueron sus compañeros de viaje en la vida que le tocó vivir. Compañeros que él mismo escogió y que también hoy muchos escogen. Nuestro mundo ha cambiado, pero el dolor y la necesidad de optar sigue ahí. Imagino que por ello, el Papa Wojtyla, en su encíclica "Sollicitudo rei socialis" - centrada en la preocupación social de la Iglesia con motivo del vigésimo aniversario de la Populorom Progressio - reconoció a Pedro Claver como testimonio y ejemplo de solidaridad para el mundo actual. Nada más cierto.


Y es que enfermos, huérfanos,ancianos, sin techo, inmigrantes, reclusos, prostitutas, refugiados... o El Salvador, Haití, Chad, Sudán o Ruanda son actores y escenarios necesitados de Claver, de gente que quiera devolver la dignidad a los hijos de Dios, que no titubee al escoger a sus compañeros de viaje, que mire, también hoy, el mundo con ojos de soñador y quiera, como Pedro Claver, firmar como "esclavo de esclavos".

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