Hace unos días un amigo jesuita me pedía que escribiera unas
líneas acerca de lo vivido estas últimas semanas a través de la
experiencia MAGIS y mi posterior participación en la
JMJ. Hace pocos días hizo ya una semana del fin de esas jornadas que concluyeron con la eucaristía en el aeródromo de Cuatro Vientos, una semana desde que el
Santo Padre abandonara Madrid y los cerca de dos millones de jóvenes que nos congregamos en torno a nuestra fe, animados por aquel anciano de más de ochenta años, nos dispersáramos a lo largo y ancho del planeta con una experiencia de encuentro, de oración, de juventud y diversidad, única y diferente para cada uno de los peregrinos. Una semana ya y aún apenas soy capaz de expresar por escrito lo vivido.
Tras casi un año y medio organizando estos días, ilusionado con la propuesta, expectante por una JMJ que nunca antes había vivido, salí desde Sevilla junto con unos 80 jóvenes más rumbo al epicentro geográfico y espiritual de la Compañía de Jesús, Loyola. Un pequeñísimo enclave en mitad del valle de Azpeitia, Guipúzcoa, dónde el Señor se valió de la convalecencia que postró a Iñigo de Loyola durante meses en una cama para trabajar su corazón, su espíritu y su voluntad, esa que finalmente se rindió al sueño de Dios, y que queda gráficamente plasmada en la capilla de la conversión, “
Aquí se entregó a Dios, Iñigo de Loyola”.
Pues allá que fuimos, y allá que llegamos tras casi 12 horas atravesando España. En un ambiente de fiesta y con ganas de encontrarnos con todo aquello que más o menos intuíamos que se estaba montando alrededor de la basílica de Loyola. Pero aquello nos sobrecogió mucho más de lo que esperábamos, sorprendiéndonos de verdad. Alrededor de 3.000 jóvenes vinculados a la espiritualidad ignaciana de una cincuentena de países de todo el planeta se paseaban por aquel valle guipuzcoano, luciendo una estética común de mochilas y sudaderas, sonrientes, alegres, portando banderas que muchas veces era casi imposible averiguar a qué nación correspondían. Un mosaico de colores y lenguas bellísimo que nos dio idea de lo universal que era todo aquello que en las próximas semanas íbamos a vivir.
Fueron tres días de preparación a las experiencias que nos enviarían “al corazón del mundo” tal y como diría posteriormente el padre General, Adolfo Nicolás, en la eucaristía de envío que celebramos aquel domingo. Una celebración que fue síntesis de lo vivido aquellos días. Concelebrada por cerca de 180 sacerdotes jesuitas fue el envío en un contexto realmente católico, universal, marcado por la diversidad y la pluralidad de una Iglesia joven, que vive y se apasiona en torno al mensaje de Jesús. Días de convivencia, de fiesta, días donde cientos de jóvenes bailaron, se arrodillaron en adoración frente al santísimo expuesto en la basílica casi perenne, días de risas, de guitarra y banderas, de comidas con horario europeo y alguna que otra llovizna, días de encuentro cultural y religioso. “Con Cristo en el Corazón del Mundo” ese fue el lema de Magis que llevábamos mucho tiempo viendo escrito en carteles y merchandaising, y de esta forma, con un mensaje que nos recordaba la encarnación de un Dios implicado con la humanidad, salimos a los caminos ese lunes. Una semana justo antes de que dieran comienzo las Jornadas Mundiales de la Juventud en Madrid.
Las experiencias MAGIS nos tuvieron dispersos por toda España, Portugal y parte del Norte de África. Un total de 99 experiencias que disfrutamos en grupos de unas 25 personas más los organizadores. Grupos formados por tres nacionalidades que invitaban al diálogo, al encuentro y al esfuerzo por hacerse entender. Con este panorama nos convertimos en
peregrinos que vivirían durante una semana experiencias de trasfondo social, ecológico, de arte y creatividad de peregrinación y de espiritualidad. Aunque no sería justo no recalcar que todas ellas estaban cargadas de un contenido de espiritualidad y oración que las vinculaba estrechamente entre si. De tal modo que a lo largo del día, cinco momentos eran compartidos en todas las experiencias, de la actividad que fuese y enmarcada en el contexto geográfico que fuese:
la oración de la mañana, la experiencia concreta de cada actividad, el circulo MAGIS, la eucaristía y el examen del día.
Todo ello acompañado por un material común, el Libro Magis, que contenía un lema y una petición diría, las lecturas para cada día, un pequeño extracto de alguna carta o escrito autobiográfico de S. Ignacio, y una pequeña reflexión; oraciones y canciones para acompañar la experiencia y la liturgia, y todo ello en varios idiomas, dejando de manifiesto esa pluralidad de asamblea comunitaria que nos reuníamos en torno a la fe del Dios de la Vida. Como Iglesia diversa y enorme que rezaba unida pero expresando su fe en diferentes lenguas. Signo de comunión del Pueblo de Dios.
El Circulo Magis merece unas líneas. Pues era el momento de recoger en grupo (en ocasiones por nacionalidad otras veces mixtos, según la coordinación de la experiencia que se tratase) el poso del día. Con una estructura fijada, y “liderado” por un animador, el Circulo Magis era la síntesis de todo lo que íbamos viviendo. Canalizado en un pequeño grupo con el que compartir el paso del Señor por la vida de cada uno, así como las dificultades y las dichas que se iban viviendo cada día. Un momento de abrirse y compartir, respetando, orando, escuchando, interpelando y dejándose interpelar. Otro momento de comunión que, para mí, estaba estrechamente unido a la celebración de la eucaristía, como manifestación comunitaria de una misma fe, como acción de gracias expresada desde lo profundo de cada uno al final del día.
Y de esta forma, tras una semana de experiencia con lituanos, croatas, libaneses, indios, irlandeses, coreanos, keniatas, estadounidenses, argentinos, franceses, chinos, portugueses, tanzanos o albaneses entre otros muchos más, volvemos a salir a los caminos para encontrarnos en el Colegio de Nuestra Señora del Recuerdo, en Madrid, para participar de las llamadas Jornadas Mundiales de la Juventud, en torno a su santidad, el Papa Benedicto XVI, pero convocados por alguien que nos trasciende, que nos enamora y nos reúne a celebrar como católicos. Convocados por el Dios de Jesús de Nazareth y su mensaje de esperanza, amor y salvación.
Así, ya con casi diez días de actividad a nuestras espaldas nos encontramos la calurosa tarde del 15 de agosto, cargados de vivencias, nuevas amistades, momentos de oración y encuentros empapados de una rica diversidad cultural. Fue momento de reencuentros, de abrazos entre los conocidos, de muchas cosas que querer contar y compartir y apenas saber por dónde empezar, momento de sentir que habías vivido una experiencia única, inmejorable, la mejor de todas. Pero a medida que ibas hablando te ibas dando cuenta que a todos nos sucedía lo mismo. Y es que el Señor sabía que debía regalar a cada uno, y de esta forma, todos teníamos la necesidad de dar gracias “por tanto bien recibido”.
Y quizás con ese sentimiento de encuentro y profundo agradecimiento nos reunimos de nuevo. 3.000 jóvenes en un patio, bajo un sol de justicia en la fiesta de la Asunción de María. Y en torno a María, a ese primer “sí” generoso, sincero y autentico, celebramos la eucaristía presidida por el Provincial de España. Paco Pepe nos regalo una homilía hermosísima en la que unió ese Magis Ignaciano que da nombre a nuestra experiencia y el evangelio de la visitación, lleno de abundante alegría entre María y su prima Isabel: “queridos peregrinos: ahí tenéis vuestro MAGIS. El Magis consiste en transmitir la alegría de María, la nuestra, cuyo auténtico nombre es Cristo, y pronunciarlo en el mismísimo corazón del mundo. El mundo os está esperando para llenarse de esa alegría".
De esta forma concluía Magis como experiencia de convivencia, encuentro y oración, pero comenzaban para nosotros y cientos de miles de jóvenes más, las Jornadas Mundiales de la Juventud de Madrid 2011.
Esos días me sorprendieron, pues por mucho que uno oía cifras es difícil imaginar a cientos de miles de jóvenes de todo el planeta congregados en una misma ciudad, con un horizonte de fe común y con alegría, muchísima alegría.
La oferta en Madrid era impresionante. Decenas de actividades, oraciones, musicales, proyecciones, talleres, charlas y exposiciones que te obligaban a organizarte y tener tejido un plan “b” por si el metro, los atascos o la puntualidad frustraban el original.
Me es difícil recoger todo lo que hice esos días: desde un par de catequesis durante la mañana con Amigo Vallejo, Arzobispo emérito de Sevilla, o Novell, obispo de Solsona y el más joven del episcopado español, pasando por una chulísima exposición acerca de la vida de la Madre Teresa de Calcuta, su opción, sus dudas… todo ello acompañado por un ir y venir de misioneras de la Caridad que compartían con los allí presentes su testimonio; una charla con Kike Figaredo, prefecto apostólico de Battanbang, y su testimonio de trabajo en Camboya luchando contra las minas anti persona y apostando por niños y niñas víctimas de las mismas; un recorrido por la situación de aquellos cristianos perseguidos por su fe en China, India, Cuba, Irak, Egipto…; un concierto oración con el cantautor chileno Cristóbal Fones sj con el que muchas veces he orado en formato mp3 y ahora puede escuchar en directo; paseos por el Retiro recorriendo la Feria de las Vocaciones, charlando con Legionarios de Cristo, Capuchinos, seminaristas, Jesuitas, Heraldos del Evangelio, Nazarenas, Esclavas, Salesianas, Combonianos… y decenas de carismas de los ni había escuchado hablar; rezar frente a la tumba de s. José María Rubio justo antes de disfrutar de la exposición acerca de las Reducciones jesuíticas y la apuesta de la Compañía de Jesús por la dignidad de los indígenas; Exposiciones del santísimos en el Retiro, oraciones con los Hermanos de la comunidad de Taizé, proyecciones de películas, el macro festival de Vida Consagrada organizado por la CONFER… muchísimas actividades que te obligaban a optar y que al final del día recomendabas y compartías en el colegio. En este pequeño resumen se aprecia la diversidad de carismas, de sensibilidades que representan a la pluralidad de la Iglesia, viva y joven que se reunió en Madrid. Una Iglesia cuyo referente católico, en el sentido universal, cobro un especial sentido para mí esos días de encuentro.
A partir del jueves se producía la llegada del Santo Padre, figura que nos convocaba a estas jornadas de fe y fiesta, pero siempre con el horizonte que como Vicario de Cristo, el Papa nos llama pero nos reúne la fe, el mensaje de un Dios que siente pasión por cada uno de nosotros, hasta el punto de llamarnos a cada uno por nuestro nombre como nos recuerda el profeta Isaías. A partir de ese día las actividades de las jornadas se interrumpían en momentos claves para que todos los que quisiésemos pudiéramos asistir a los actos en torno a Benedicto XVI.
Como momentos fuertes de encuentro con el santo Padre destaco tres. Dos ellos por su contexto y su protagonismo en las Jornadas, y uno de ellos por su intensa carga de oración que me sobrecogió. Este último fue el Viacrucis celebrado el viernes. Con unas meditaciones preparadas por las Hermanitas de la Cruz, diferentes grupos de jóvenes unidos a circunstancias de especial dolor en sus vidas (persecuciones, enfermedad, adicciones…) cargaban la cruz de los jóvenes, esa que Juan Pablo II nos regaló para que recorrieran el mundo haciéndonos caer en la cuenta de la esperanza que hay tras ella, cruz que acogimos en la Iglesia de Portaceli hace unos meses, y sobre la que pude rezar y descansar todo aquel dolor que por entonces me inundaba. El procesionar de la cruz, frente a las diferentes estaciones representadas por pasos y tronos traídos desde toda España, manifestaba un camino al Calvario que destacaba por una solemnidad y una belleza cuyas meditaciones lo hacían especialmente cercano a la realidad del mundo. Fue una manifestación del lema que llevaba semanas orando, cantando y meditando “Con Cristo en el corazón del mundo” un mundo muchas veces sufriente, roto, dolido, frente al que nos toca optar, y tal y como nos recordaba el Padre General en Loyola, la opción por Jesús es la opción por los que sufren, por los desheredados de este mundo, es la opción auténtica del cristiano, la que nos une, nos diferencia y nos salva. Esa opción, esos sufrientes fueron los protagonistas de un viacrucis que disfrute en mitad del Paseo de la Castellana, en medio de un silencio sobrecogedor y acompañado de buenos amigos y un grupo de jóvenes chilenas con las que compartí padrenuestros y avemarías.
Quizás el viacrucis hubiera sido suficiente para mí. Y eso pensé cuando me vi l
a tarde siguiente en Cuatro Vientos, preparándome para la Vigilia, pero en un contexto que me hacía cuestionarme muchas cosas. La situación en los campos de refugiados que pueblan el continente africano no tendrá ni punto de comparación a esto, pero las aglomeraciones, el sofocante calor y la ausencia de sombra, el polvo y la marcha de millón y medio de peregrinos que deambulaban en busca de agua, comida y se desmayaban sin aviso previo, hizo que aquella tarde reflexionara mucho junto a un amigo sobre esos campos dónde la vida se detiene y no es cuestión de una tarde y una noche, sino es cuestión de semanas, meses y
años, luchando por sobrevivir, hostigados y esperando alimentos y ayudas que muchas veces no llega. Lo pasé realmente mal aquella tarde. Mis pensamientos y mi asma me tenían pillado. Quizás por ello agradecí aquel
“torrente de agua viva” que se derramó sobre nosotros la noche del sábado. Y mientras mis padres y mis abuelos desde casa, asistían temerosos a las imágenes de una tormenta que descargó con fuerza agua, viento y relámpagos sobre aquella marea humana de colores reunidos frente al Papa, yo agradecía la lluvia.
Que el Papa aguantara junto a nosotros la tormenta fue todo un regalo. Puede parecer absurdo, pero a sus 84 años, las cosas son más difíciles y a pesar de estar medio a cubierto se ve claramente como el alba le chorreaba en los bajos. Aquel rato compartido que el Papa definió posteriormente como aventura, tuvo su momento más
emocionante con la adoración. Millón y medio de voces callaron, y la mayoría se arrodillaron para
adorar al Señor en la custodia, en un momento de oración breve pero especialmente intenso, que concluyó con el canto de adoración
“cantemos al amor de los amores” que tanto han cantado nuestros abuelos y padres y que aquella noche entonamos los jóvenes en Cuatro Vientos. Una enorme representación del mundo, de su juventud, de su diversidad, acompañaba y se postraba con cariño y entrega al Dios de la Vida presente en el
santísimo sacramento expuesto.
Con todo esto en el corazón, y el cariño del Papa de esa noche, deseándonos un buen descansar, esperándonos ver mañana “si Dios quiere”, me quede dormido, con la algarabía de muchos que acompañaban la noche con cantos y guitarras, y la oración y el rezo de otros que buscaban las capillas que había aguantado la tormenta para seguir acompañando al Señor.
Quizás por la intensidad del viacrucis del viernes y la aventura y la adoración del sábado, el domingo, la eucaristía no destaca especialmente en mi memoria. El cansancio, el sol, el no poder comulgar, la dispersión fueron claves para que la celebración me costase. Disfrute de la homilía, de ese mensaje de pertenencia a una Iglesia, a una comunidad, pertenencia necesaria para vivir y compartir la fe. Me quedo con sus palabras al comenzar la misa, que nos sacaron una sonrisa y nos prepararon para la eucaristía: “Queridos jóvenes he pensado mucho en vosotros en estas horas que no nos hemos visto. Espero que hayáis podido dormir un poco a pesar de las inclemencias del tiempo". Esta madrugada habréis levantado los ojos al cielo más de una vez; y no sólo los ojos, sino también el corazón. Eso os habrá permitido rezar. Dios saca bienes de todo; con esta confianza, y sabiendo que el Señor nunca nos abandona, comenzamos la celebración eucarística llenos de entusiasmo y firmes en la fe", nos dijo. También con su bendición final, con el rezo del ángelus que tanto me gusta y con su envío a que compartamos nuestra alegría y nuestra fe al retornar a casa. Y así nos toco regresar.
Tal vez son demasiadas líneas, escritas casi de corrido, pero ni por asomo recogen todas las sensaciones, vivencias e historias que viví desde el 5 agosto hasta el 22. Han sido días de salir a los caminos, de peregrinar, de conocer gente, de reír, disfrutar, echar de menos rostros y voces, de crecer, llorar y sanar, de soñar y rezar, de optar y seguir. Días de conocer un poco mejor y más en profundidad mi fe, la Iglesia enorme, rica, viva, joven y plural en que la quiero estar y de la que me siento parte. Días para dar gracias, por tanto, tanto compartido. Días que me han hecho seguir queriendo estar con Cristo en el corazón del mundo, de nuestro mundo, intentando ser coherente, enrraizado en la persona de Cristo, edificando en Él y manteniéndome, a pesar de mis limitaciones y fragilidades, firme en una fe que me llena, que me da VIDA con mayúsculas y a la que siento como un regalo, como una gracia que solo puedo agradecer.
“Con Cristo en el corazón del Mundo”
“Arraigados y edificados en Cristo, firmes en la fe”
Sergio