Son tiempos aciagos para la economía del mundo. Lo peor es cuando esas cifras de paro que no cesan de aumentar, ese miedo contagioso que se vive en el país heleno y empieza a inundar Europa, esas ventas de coches que ayer nos enterábamos que estaban a niveles de hace 15 años en nuestro país… lo peor de las cifras es que ocultan tras de sí realidades personales, rostros anónimos que no llegan a final de mes y cuya esperanza se ve mermada por una situación que no termina de mejorar, por un sistema que se ha tragado ilusiones, proyectos y rutina de muchos millones de personas.
Resulta ría un atentado moral hablar de esta crisis y no mencionar la situación de muerte y sufrimiento que ahora mismo se vive en El Cuerno de África. La desesperanza y la hambruna se han hecho fuertes en ese rincón de África, y sigue campando a sus anchas con más o menos intensidad por el resto del continente.
Tal vez empezar el día escuchando esto no anime, ni saque sonrisas, pero a veces la realidad hay que vivirla en toda su dureza, tenerla presente para mejor comprometerse y para mejor pedir y rogar por ella. El que conoce y mira con ojos de fe, debe dar un paso más apostando por el Reino, y esto supone, optar por una justicia que busque el bien del hermano, por una justicia que brota de la misma fe.
“Pedid y se os dará, buscad y hallaréis, llamad y se os abrirá; porque quien pide, recibe, quien busca, halla, y al que llama, se le abre” quizás estas palabras suenen utópicas en medio de un sistema y de unas relaciones económicas y sociales que apenas encuentra sentido al concepto solidaridad. Pero el Evangelio es eso, optar por un sueño, por un deseo y una lógica que supera la humana y que nace en el seno del misterio de Dios. Un Dios que optó por el hombre y se encarnó en medio de nuestro mundo, echándonos cuenta como bien dice el evangelista hoy. Buscar, llamar y pedir no es otra cosa que optar y confiar, a pesar de lo negro del panorama, en un Dios que acompaña y se mueve en medio de la crisis mundial y de la hambruna africana. Hay que dejar a Dios ser Dios, pero hay que echarle una mano en la medida en que nuestro compromiso de fe nos exige protagonismo.
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