Tuve la suerte de participar en la ceremonia de su beatificación el pasado 12 de septiembre como ministro extraordinario de la comunión. Todo un regalo. Y es que desde hace años le guardo una especial devoción a fray Leopoldo gracias a mi padre. Desde pequeño, cuando pasaba aquellos calurosos veranos en la ciudad nazarí visitando a mis abuelos, mi padre me llevaba junto a mis hermanos a visitar la cripta de un sencillo fraile fallecido hacía apenas unos 50 años. Muerto en 1956, el fraile menudo de poblada barba blanca formaba por entonces, y todavía para algunos, un recuerdo cariñoso muy cercano. Mi propia abuela me dice a menudo que todavía puede cerrar los ojos y ver a aquél buen hombre envuelto en hábito de saco recorrer las calles de Granada con sus alforjas al hombro, recogiendo pequeñas limosnas para los necesitados de la ciudad. Y como ella, muchos todavia mantienen un vivo recuerdo de él. Tanto es así, que varios meses antes de la beatificación, mientras rezaba frente a la urna de mármol que contiene sus restos, un señor mayor se sentó a mi lado, y al cabo de unos minutos rompió el silencio prguntándome: ¿te hubiera gustado conocerlo?, porque yo le conocí. Estuvimos un rato charlando en susurros y el anciano resaltó en varias ocasiones dos cosas: la mirada trasparente y profunda del fraile, y la sencillez que inundaba todo lo que hacía, incluso su propio andar.
Y parece que eso fue su mayor virtud, la simple sencillez. El mismo domingo de septiembre que en la base militar de Armilla, 80.000 personas participaban en la beatificación, su santidad, Benedicto XVI, mandaba un afectuoso recuerdo para los que alli nos encontrábamos celebrando a Dios en torno a la memoria del capuchino. El Papa destacó aquel día en el rezo del Angelus, el ejemplo de humildad de aquel "sencillo y austero religioso capuchino" que era "un canto a la humildad y a la confianza en Dios y un modelo luminoso de devoción a la Santísima Virgen María".
Cuanto más leo sobre él, cuanto más oigo de testigos directos y no tan directos, más me doy cuenta de ello. Lo que le ha valido el reconocimiento, el cariño, el recuerdo y la devoción de tanta gente es su entrega sencilla y humilde al servicio del Evangelio. Sin grandezas intelectuales, espirituales o materiales, sin ser fundador, cultivado teólogo o sacerdote ejemplar. Un simple fraile, pequeño entre los suyos y ejemplo de sencillez tal y como hoy compartió el cardenal Amigo Vallejo en Granada.
Quizás sea necesario volvernos sobre él ahora más que nunca. En un tiempo que viene marcado por la competitividad, la soberbia y el afan de ganancia (sentimental, económica, sexual...), la entrega desinteresada y el ejemplo de bondad de un fraile puede que sea la solución a gran parte de la crisis económica y fundamentalmente de valores, que poco a poco nos va desangrando. Todo ello con la trascendencia que supone el caer en la cuenta de que la luz que inunda el recuerdo del beato fray Leopoldo de Alpandeire viene de Dios. Su amor por el Dios de la Vida fue el motor de su sencillo, pero cautivador, celo apostólico.
Hoy 9 de febero celebra la Iglesia su nacimiento para el Cielo, su primera fiesta oficial. Siendo devoto de la Virgen como él era, que mejor manera de tenerle presente que concluyendo estas líneas con las tres avemarías, que el fraile ofrecía a todo aquel que se lo pedia. Eso sí, rezándolas tal y como él lo hacía: con entrega desinteresada, humildad y sincera devoción.
Dios te salve María...
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