jueves, 13 de octubre de 2011

Sangre de profetas (Lc 11, 47-54)

Llevamos una semana complicada. La cuestión económica en la que apenas avanzamos; la situación en el Cuerno de África, rincón que sigue desangrándose poco a poco ante la pasividad del mundo mientras unos pocos intentan frenar una hemorragia que no cesa; los temblores y las erupciones volcánicas que tienen a los herreños con el alma en vilo; la impotencia de desapariciones sin tener muy claro un desenlace con tintes de tragedia; y algo de lo que apenas se habla y cuando se hace, apenas nos interesamos: el sufrimiento de los cristianos coptos en Egipto.


Ser cristiano copto en Egipto se está convirtiendo en una cruz. Son alrededor del 10% de la población egipcia, hijos de una iglesia que según se dice, fue fundada en Alejandría por el propio S. Marcos, en los años inmediatos a la muerte de Jesús. Sufren el exilio, la sinrazón del odio por parte de sus propios hermanos y gobernantes, la desprotección por parte de las autoridades civiles y la represión de los cuerpos y fuerzas de seguridad del Estado. Hace unos días otro episodio de odio, esta vez compartido con hermanos musulmanes que les acompañaban en la defensa de sus derechos. Cuestiones políticas dicen, pero ese día mucha sangre se derramó en el Cairo. 24 muertos y unos 180 heridos.


“Les enviaré profetas y apóstoles: a algunos los perseguirán y matarán” dice hoy el Evangelio. Y así es. Tal vez hoy hablamos de Egipto y nuestros hermanos coptos, pero también hay profetas del Dios de la Vida repartidos por campos de refugiados en África, en escuelas en Centro América o trabajando en favelas, acompañando a enfermos, educando y trabajando a lo largo y ancho del planeta por una justicia que les brota de la misma fe. Un binomio indisoluble. Rostros anónimos, profetas de una nueva era desconocidos, pero con nombre propio que se dejan la piel. Consagrados al Evangelio desde diferentes opciones personales, que muchas veces les cuesta la propia vida.


Continúa Jesús diciendo en la lectura de hoy, “y así a esta generación se le pedirá cuenta de la sangre de los profetas derramada desde la creación del mundo”. Quién sabe de qué forma, quién sabe si al final la misericordia inundará todo. Pero mientras toca trabajar, tener presente tanta sangre derramada, orar por ellos en silencio tal vez ahora empezando la mañana, y tener presente que si eres consciente de que existe un problema, eres responsable de su solución. De eso hablan los profetas de la Lectura de hoy ¿no? De problemas e injusticias, al fin y al cabo de denuncia. Y sobre todo de soluciones que van de la mano del anuncio de la Buena Nueva.

jueves, 6 de octubre de 2011

Quien pide, recibe, quien busca, halla, y al que llama, se le abre (Lc 11, 5-13)

Son tiempos aciagos para la economía del mundo. Lo peor es cuando esas cifras de paro que no cesan de aumentar, ese miedo contagioso que se vive en el país heleno y empieza a inundar Europa, esas ventas de coches que ayer nos enterábamos que estaban a niveles de hace 15 años en nuestro país… lo peor de las cifras es que ocultan tras de sí realidades personales, rostros anónimos que no llegan a final de mes y cuya esperanza se ve mermada por una situación que no termina de mejorar, por un sistema que se ha tragado ilusiones, proyectos y rutina de muchos millones de personas.


Resulta ría un atentado moral hablar de esta crisis y no mencionar la situación de muerte y sufrimiento que ahora mismo se vive en El Cuerno de África. La desesperanza y la hambruna se han hecho fuertes en ese rincón de África, y sigue campando a sus anchas con más o menos intensidad por el resto del continente.


Tal vez empezar el día escuchando esto no anime, ni saque sonrisas, pero a veces la realidad hay que vivirla en toda su dureza, tenerla presente para mejor comprometerse y para mejor pedir y rogar por ella. El que conoce y mira con ojos de fe, debe dar un paso más apostando por el Reino, y esto supone, optar por una justicia que busque el bien del hermano, por una justicia que brota de la misma fe.


“Pedid y se os dará, buscad y hallaréis, llamad y se os abrirá; porque quien pide, recibe, quien busca, halla, y al que llama, se le abre” quizás estas palabras suenen utópicas en medio de un sistema y de unas relaciones económicas y sociales que apenas encuentra sentido al concepto solidaridad. Pero el Evangelio es eso, optar por un sueño, por un deseo y una lógica que supera la humana y que nace en el seno del misterio de Dios. Un Dios que optó por el hombre y se encarnó en medio de nuestro mundo, echándonos cuenta como bien dice el evangelista hoy. Buscar, llamar y pedir no es otra cosa que optar y confiar, a pesar de lo negro del panorama, en un Dios que acompaña y se mueve en medio de la crisis mundial y de la hambruna africana. Hay que dejar a Dios ser Dios, pero hay que echarle una mano en la medida en que nuestro compromiso de fe nos exige protagonismo.