viernes, 24 de diciembre de 2010

Navidad. Tiempo para dar una oportunidad al corazón

Concluye el Adviento, termina un camino que nos lleva al destino que durante estas semanas hemos anhelado.

La espera, ilusionada y activa de estos días de expectación tiene como estación de término esta noche, una noche de alegría por la llegada de lo que ansiamos y esperamos, una noche de encuentros y reencuentros, una noche sin noche pues la Luz inundará la sombra, una noche, en definitiva, buena.

“Encontraréis un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre” (Lc 2, 12)

Así, en esta simple frase, queda condensando el mensaje y la promesa cumplida de Salvación de un Dios fiel que no solo no se olvida, sino que apuesta por la Humanidad. Un Dios que se implica de tú a tú con los hombres y mujeres de este mundo, que se encarna eligiendo para ello un pesebre “pues no había sitio en la posada” (Lc 2,7). María encinta y con el tiempo cumplido busca junto a José hospedaje, alojamiento, acogida… pero el mundo mira para otro lado. Nadie atiende a sus ruegos y en plena noche, entre animales y paja, Dios llega a este mundo teniendo como trono que lo recibe un pesebre de madera y como palacio un simple chamizo.

Hoy celebramos ese alumbramiento, ese nacer del Dios de la Vida que se vuelve niño frágil y que por algo tan simple, pero a la vez tan complejo, se da a la humanidad entera, por algo tan básico y a la vez tan majestuoso como es el amor.

Muchas veces miramos con ojos equivocados el mundo, juzgamos y actuamos conforme a nuestro “buen criterio” olvidado que la lógica de Dios no es la lógica del hombre, de esta forma, esta noche, Dios nos vuelve a dar un toque de atención, a recordarnos que el amor no entiende de exclusión, que uno no ama de verdad hasta que no pone el corazón en juego y que allí dónde no hay más que miseria, dificultad, dolor o miedo, Dios está más presente que nunca. La Navidad que hoy celebramos es tiempo de dar una oportunidad al corazón y mirar y sentir el mundo con los ojos del Dios que nace.

Ojalá nos creamos de verdad este mensaje, ojalá la lógica de Dios se nos haga un poco más presente esta noche y nos ayude a experimentar una conversión que no quede únicamente para estos días, sino que pulule en nuestro interior como templos vivos de Dios que somos, tal y como San Pablo recuerda a los Corintios (1Cor 3, 16). Ojalá nos convenzamos de que los preferidos de Dios son los sufrientes de este mundo, y aun en medio de la abundancia, la alegría y la fiesta de esta noche y estos días, sepamos traer al recuerdo y a la oración las necesidades de este mundo, esos lugares y esas personas entre las que, hoy, Dios elegiría para nacer.

Que el Dios de la Vida que hoy nace sea LUZ que guie nuestro camino, luz que alumbre el camino a la santidad a que todos estamos llamados. Santidad que es el proyecto que Dios tiene para con nosotros y que, a pesar de la solemnidad del término, no es otra cosa que la vocación de felicidad que el Dios de la Vida nos regala.

Pidamos con fe y sencillez para que la ilusión que hoy brota nos mantenga firmes en la Fe a pesar de nuestra falta de coherencia con la Buena Nueva; alegres en la Esperanza aun con nuestros miedos y debilidades; y confiados en el Amor, un amor sin límites ni fisuras, que no entiende de exclusiones sino que conoce la verdad que cada uno lleva dentro. Un amor que es promesa, y una promesa que vale toda una vida.

Feliz Navidad y mi oración.


“Gloria a Dios en el cielo y en la tierra paz a los hombres que ama el Señor” (Lc 2,14)

viernes, 3 de diciembre de 2010

San Francisco Javier, semilla que sigue dando fruto

Nunca imaginó Francisco Javier que el compartir habitación, en aquel París universitario de 1529, con aquel vasco ya adulto para las letras y arrastrado en su andar, acabaría cambiándole la vida de tal forma que la dedicaría, hasta agotarla, en servir al Dios de la Vida predicando su Buena Nueva en rincones del Mundo cuya existencia seguramente desconocía.

El encuentro con Ignacio de Loyola y esa pregunta que poco a poco fue erosionando la coraza humana del joven navarro – “Francisco, ¿de qué te vale ganar todo el Mundo si con ello pierdes tu alma?”- acabaron por poner a Francisco en las manos de Dios, dejándose contagiar por el mensaje de su Evangelio y enamorándose perdidamente de él. Sin saber donde le llevaría, acompañó a Ignacio de Loyola en ese proyecto que el Señor fue poco a poco gestando en su camino, y junto a él y otros seis compañeros más, consagró su vida a Dios en el seno de una pequeña ilusión, de un pequeño “capricho” que acabó por convertirse en una orden religiosa clave para la historia de la Iglesia Católica y de la humanidad desde entonces: la Compañía de Jesús.

La Providencia quiso que Francisco Javier se embarcara rumbo a las Indias en 1541, desafiando distancias que hoy nos parecerían largas, pero salvables con cierta normalidad, pero que en pleno siglo XVI suponían casi la renuncia a todo lo anteriormente vivido, amen de una prueba de vida que muchos no llegaban a superar

A partir de ese momento su único enlace con sus compañeros europeos serán sus cartas, 137 misivas que retratan a un hombre cuyo celo apostólico asemejaba a un fuego interior que ardía en su pecho, queriendo compartir la experiencia del Dios de Jesús. Dios vivo y misericordioso que le había inundado a él años antes. Su servicio al pie de los enfermos, sus catequesis en plena calle, su austeridad en el vivir, sus cientos de miles de kilómetros recorridos sin otro ánimo que dar a conocer a Dios configuraron su vida. Una vida cuyo eje fundamental podría resumirse en una frase que él mismo repetía incesantemente: “Señor, aquí estoy ¿qué quieres que yo haga? Envíame donde tú quieras.”

Finalmente, a los 46 años moría en una playa frente a las costas de China, que a pesar de intentar no puedo alcanzar. Fue canonizado por Gregorio en 1622, junto con su amigo y maestro, San Ignacio de Loyola y hoy, tres de diciembre, celebra la Iglesia su festividad.

Y también hoy mi oración sube al Cielo como acción de gracias, por todo ello. Por la vida y el ejemplo de todos aquellos que, estando o no, en los altares de la Iglesia, consumieron su vida al servicio de Dios y sus hermanos. Por esa “locura divina” que supuso la Compañía de Jesús, un proyecto de amigos en el Señor al servicio del Evangelio que, en el seno de la Iglesia, trabaja por la construcción del Reino de Dios en todas las realidades cotidianas que nos rodean, con especial encargo de esas fronteras donde otros no quieren o no pueden estar. Y especialmente por S. Francisco Javier, ese gigante de la historia, que fue germen de la Fe que hoy profeso, y cuyo testimonio de entrega al servicio de Dios sigue dando fruto en todo aquel que al conocer su historia, sus renuncias, su conversión y su pasión por el Evangelio, se entusiasma con él. Se ent usiasma con una vida en la que, sea cual sea y este donde este, vaya guiada por Dios, por ese Dios de la Vida que inspira un vivir donde siempre se busca en todo Amar y Servir.