viernes, 25 de diciembre de 2009

Encontraréis un niño envuelto en pañales...

La frase que titula este post contiene para mi un especial significado. Cargada de un profundo sentido teológico es resumen del proyecto de Dios para con nosostros, participando en primera persona y trasmitiendo una confianza que invita a una oración preciosa. San Lucas la recoge en su Evangelio y se escucha en la misa del Gallo pero a veces con las prisas y la cena todavia en el estómago no nos detenemos en este mensaje de confianza que Dios nos manda.

Aprovecha, si quieres y puedes, y ora con ella, detente, saboréala y déjate querer por un Dios que se hace carne humana en un sencillo pesebre para ser protagonista, como tú y como yo, de esta maravillosa historia de Salvación.


"Encontraréis un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre" (Lc 2,12)


Que el Dios de la Vida que hoy nace sea guia, pilar e inspiración del camino que nos toca recorrer; que no olvidemos nunca que Dios se hizo hombre implicándose de tú a tú con la Humanidad y que su proyecto de salvación y felicidad no entiende de exclusiones.

No olvidemos la festividad propia de la cena y el encuentro familiar de anoche, y que todo ello nos ayude a mantenernos firmes en la Fe, alegres en la Esperanza y confiados en un Amor sin límites ni fisuras. El Amor de un Dios que pulula entre nosotros y en nosotros a pesar de las miserias de este mundo.


Que Dios nos bendiga a todos y que pasen una muy Feliz Navidad.

Un fuerte abrazo

jueves, 3 de diciembre de 2009

Semilla que sigue dando fruto



Nunca imaginó Francisco Javier que el compartir habitación, en aquel París universitario de 1529, con aquel vasco ya adulto para las letras y arrastrado en su andar, acabaría cambiándole la vida de tal forma que la dedicaría, hasta agotarla, en servir a Dios predicando su Buena Nueva en rincones del Mundo cuya existencia seguramente desconocía.

El encuentro con Ignacio de Loyola y esa pregunta que poco a poco fue erosionando la coraza humana del joven navarro – “Francisco, ¿de qué te vale ganar todo el Mundo si con ello pierdes tu alma?”- acabaron por poner a Francisco en las manos de Dios, dejándose contagiar por el mensaje de su Evangelio y enamorándose perdidamente de él. Sin saber donde le llevaría, acompañó a Ignacio de Loyola en ese proyecto que el Señor fue poco a poco gestando en su camino, y junto a él y otros seis compañeros más, consagró su vida a Dios en el seno de una pequeña ilusión, de un pequeño “capricho” que acabó por convertirse en una orden religiosa clave para la historia de la Iglesia Católica y de la humanidad desde entonces: la Compañía de Jesús.

La providencia quiso que Francisco Javier se embarcara rumbo a las Indias en 1541, desafiando distancias que hoy nos parecerían largas, pero salvables con cierta normalidad, pero que en pleno siglo XVI suponían casi la renuncia a todo lo anteriormente vivido, amen de una prueba de vida que muchos no llegaban a superar.

A partir de ese momento su único enlace con sus compañeros europeos serán sus cartas, 137 misivas que retratan a un hombre cuyo celo apostólico asemejaba a un fuego interior que ardía en su pecho, queriendo compartir la experiencia del Dios vivo y misericordioso que le había inundado a él años antes. Su servicio al pie de los enfermos, sus catequesis en plena calle, su austeridad en el vivir, sus cientos de miles de kilómetros recorridos sin otro ánimo que dar a conocer a Dios configuraron su vida. Una vida cuyo eje fundamental podría resumirse en una frase que él mismo repetía incesantemente: “Señor, aquí estoy ¿qué quieres que yo haga? Envíame donde tú quieras.”

Finalmente, a los 46 años moría en una playa frente a las costas de China, que a pesar de intentar no puedo alcanzar. Fue canonizado por Gregorio en 1622, junto con su amigo y maestro, San Ignacio de Loyola y hoy, tres de diciembre, celebra la Iglesia su festividad.

Y también hoy mi oración sube al Cielo como acción de gracias, por todo. Por la vida y el ejemplo de todos aquellos que, estando o no, en los altares de la Iglesia, consumieron su vida al servicio de Dios y sus hermanos. Por esa “locura divina” que supuso la Compañía de Jesús, un proyecto de amigos en el Señor al servicio del Evangelio que, en el seno de la Iglesia, trabaja por la construcción del Reino de Dios en todas las realidades cotidianas que nos rodean. Y especialmente por S. Francisco Javier, ese gigante de la historia, que fue germen de la Fe que hoy profeso, y cuyo testimonio de entrega al servicio de Dios sigue dando fruto en todo aquel que al conocer su historia, sus renuncias, su conversión y su pasión por el Evangelio, se entusiasma con él. Se entusiasma con una vida en la que, sea cual sea y este donde este, vaya guiada por Dios, por ese Dios de la Vida que inspira un vivir donde siempre se busca en todo Amar y Servir.
Ad Maiorem Dei Gloriam